Cuando era niña soñaba, recreándome en la decoración del árbol de la Pascua. Aún recuerdo a mi querida madre y a mi hermana, con la ilusión, engalanando el pino con su característico aroma, un olor que se sentía en toda la casa. Las bolas de colores, tan frágiles, y el conjunto de adornos me fascinaban. Una lección de vida.
Al llegar a la edad adulta todas esas situaciones infantiles cobraron fuerzas y a comenzaron a realizar mis deseos. En esta época del año, durante todo el periodo que precede a la Navidad, la casa se cubría de un manto festivo y se percibía la energía que nos envolvía, nos hacía compartir, ser más felices para recibir, en estas fechas, a la familia y los amigos a tomar el té.
Todo es cuestión de costumbre. Los valores la educación, que mi hermana y yo recibimos en nuestros primeros años, fueron básicos. Honestidad, generosidad, respeto por nuestros mayores, empatía…habrían de formar la personalidad de ambas. Aspecto al que, sin duda, ayudó nuestro entorno que también fue favorable.
Fueron muchos años de felicidad, un largo
lapso que ahora ha cambiado. Los tiempos modernos nos dirigen hacia la frialdad
virtual, apática e insensible. Milenios de socialidad que, de repente, nos
faltan. En el fondo sin esas relaciones, sin mirarnos a la cara, los ojos, intercambiar
sonrisas, besos, gestos y abrazos... ¿hacia qué sociedad nos dirigimos? Cuando
las personas se abrazan el cuerpo segrega oxitocina, es el vínculo social que
tanto nos beneficia.
Años atrás se vivieron instantes muy agradables, se sintieron muchas emociones y se hicieron amistades. Me comentaba mi querida amiga Salwa, gracias a ti, Vicky, he conocido a personas lindas. Una experiencia para todos.
Ella era una gran anfitriona, un regalo que nos dio la vida al permitirnos conocerla, así como a su marido Adnan. Hoy a sus hijos, a sus esposas y nietos los considero parte de mi familia.
En aquel tiempo la magia de la Navidad comenzaba por la entrada hasta la cocina. En esos días el arte de la repostería fluía con soltura entre mis manos con mayor variedad. Ahora cierro mis ojos y veo realizado mis sueños. Las recetas son variadas, unas representan el legado de mi abuela Doña Concha, otras son de Salwa -que me enseñó a hacer los maamul tan ricos, típicos de su país el Líbano-, algunas son griegas, francesas, alemanas árabes y hebreas. La cocina de casa representa la multiculturalidad de mi propia existencia, un lujo para el paladar y los sentidos. Es bien cierto que la vida es algo que sucede cuando hacemos planes y nos sentimos realizados, al compartir con los demás.
Con los años se van perdiendo muchas personas queridas e inolvidables que antaño participaban y asistían al té, como mi madre, mi marido, Salwa y su esposo… ya no se encuentran entre nosotros. Lo mismo que les ha sucedido, este terrible año de pandemia, a tantas familias para quienes la pérdida de un ser querido es un golpe de mayor dureza. A los que ya no están los recordaremos mientras vivamos, permanecen en nuestro interior y nos acompañan allí donde vamos. Nos proporcionan las fuerzas necesarias para seguir con una sonrisa de esperanza. A pesar del dolor, la vida seguirá su curso como lo ha hecho siempre y las nuevas generaciones verán cosas que no pueden ni imaginar. Y entretanto la humanidad seguirá su proceso evolutivo. Ninguna persona podrá jamás forzar ni forjar nuestra imaginación. La mente la tenemos que tener a nuestro favor con el objetivo presente del bien común, sin caer en fanatismo de ninguna índole.
Señores, les invito a compartir el té de Navidad. Para terminar brindemos por la vida, que sea dulce para todos.
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