Llevo toda mi vida
recibiendo amigos en casa. Las tardes de té han sido grandes momentos de
encuentros, oportunidades para crecer y demostrarme a mí misma y a los demás que
servir es una acción que sale de dentro. Una cultura adquirida en mi ciudad
natal, Tánger.
A lo largo del tiempo
he tenido ocasión de compartir y conocer a muchas personas, situaciones y
experiencias. Ha sido muy emocionante y jamás nada ha impedido que celebrara el
té de Navidad con los detalles del buen gusto.
Esa energía empleada a
lo largo de los años me ha venido de vuelta con la misma pasión con que la acometí,
para sanar mi cuerpo y alimentar mi espíritu. No es fácil superar tres
intervenciones consecuencia de un tumor cancerígeno, sentirse con fuerza, estar
siempre sonriendo, alegre, escuchar con sinceridad a los otros y dar ánimos.
Nunca una taza de té
podría ser un vago recuerdo…todo el que ha estado, quiere volver.
El té de Navidad es
como un espectáculo que conlleva muchas horas de trabajo. Es bueno hacer feliz
a los demás pero al final la vida es la que se impone.
Mi querida madre nos
dejó el año pasado y fue la única vez que no organicé ese tradicional encuentro
entre amigos.
Este año, en su
memoria, celebraré un pequeño evento para recordarla como fue siempre, plena de luz.
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