Cada acto en la vida lleva implícita una búsqueda de lo verdadero. Se nos olvida que todos estamos conectados a ti. Sin ti, no somos nada.
Cada uno de nosotros es un átomo, una partícula del universo. Si no sentimos la relación con la naturaleza y no la valoramos como lo más bello que podemos disfrutar toda nuestra vida... Los campos, las montañas, el mar, las flores, los animales, la lluvia, las estrellas, la luna, el sol…
Los humanos estamos perdiendo el equilibrio, y nos estamos acostumbrando a lo negativo. Vivimos momentos de incertidumbre, de locura… Pero ¿qué pasará cuando el clima de la Tierra se altere o suceda un gran terremoto devastador? ¿Quién nos verá correr de un lado a otro, como hacen las hormigas? Pero ellas están bien preparadas.
En 1969, experimenté esa sensación de miedo, con mi hijo de dos meses en brazos, a las dos de la madrugada en la calle. Para olvidar…
Me viene a la mente algo que me impactó de niña: cuando íbamos al campo, me sorprendían tantas cosas…Las florecillas, el canto de los pajaritos y los hormigueros me fascinaban. Un día, un niño inconsciente golpeó uno con la punta del zapato. Las hormigas se descontrolaron, iban de un lado a otro, y nosotros nos reíamos. Pero, en mi pequeño corazón, yo sabía que aquello no estaba bien. De regreso a casa, se lo conté a mi madre.
Ella me riñó y me dijo:
—Eso no se hace. Las hormigas son muy inteligentes, grandes trabajadoras, y cumplen su función. Hay que respetar la naturaleza.
Sus palabras quedaron grabadas en mi mente para siempre. Tenía cinco años. Como era verano, por las noches salíamos mi hermana y yo al jardín de la villa a correr detrás de las luciérnagas, su luz nos hechizaba Quería atraparlas, pero recordaba las palabras de mamá.
Hoy día, ya no veo ninguna en el parque que está cerca de casa. ¿Se habrán extinguido por culpa del ser humano? ¿Como se ha hecho con otras tantas especies?
Por eso, algún día, el mundo se tomará un té en silencio, mirándose a sí mismo.
Esta es mi reflexión.
Mi madre, mi hermana y yo.