Buenos días, Vida:
Son las cuatro de la mañana. Mi reloj biológico, sabio en su quietud, me susurra que es el momento para meditar. Este 18 de julio de 2025 me he despertado como una recién nacida. En estos instantes, ¿con quién puedo dialogar tan temprano, si no es contigo?
Estar viva es un privilegio. Tenerte aún a mi lado, compañera incansable, es un regalo. Como aquel primer día en que vi la luz en Tánger, me aferro a ti con asombro. ¿Qué podría decirte que tú no sepas?
Tú, Vida, palpitas con todas tus fuerzas, impones tu ley, decides el tiempo, y eso es irrevocable. Gracias por lo que me toca. Gracias por lo que permanece.
Hoy me gustaría adentrarme en las profundidades de mi evocación, descendiendo lentamente, con precisión, como en un batiscafo silencioso. Me sumerjo en mi memoria, me dejo caer hasta el fondo de mi existencia. Y allí, contigo, contemplo estos 80 veranos vividos, que no son pocos.
Quiero ser honesta conmigo misma, aunque lo que diga pueda parecer extraño. A mi edad, siento que cada día es un nuevo amanecer. Los acontecimientos seguirán su curso -ni tú ni yo podemos detenerlos- pero me acompaña la certeza de tu presencia constante. Has estado tanto tiempo conmigo…
A veces te has deslizado deprisa; otras, te has demorado como el viento en la copa de un árbol. Ha sido un largo recorrido, salpicado de sombras y revelaciones.
Debo confesar que en ocasiones pensé que te olvidabas de nosotros, tus hijos. Pero no. Nunca olvidas.
He sentido tu mimo, tu cuidado secreto, como un susurro que no cesa.
Hoy, con la mente lúcida y mi capacidad intelectual aún acorde con los tiempos, he decidido contar un hecho que me ocurrió en el siglo pasado y que marcó mi ser. Porque al final, los años que uno vive no cuentan tanto como el contenido de las experiencias que ve, siente y atraviesa.
En el año 1964, Vida, me hiciste un regalo poco común. Me escogiste y me sorprendiste con semejante agasajo. Ese evento sin fronteras marcaría toda mi vida desde entonces y nada volvería a ser igual. Esa vivencia me dejó apenas una chispa de tu sabiduría, la suficiente para entender cómo gira el mundo, este planeta hermoso que lentamente estamos destruyendo con nuestra ignorancia.
Cuántas noches, en mi salón, me he quedado escuchando tus llantos, tus pausas, tus silencios… Curiosamente, tus latidos eran los míos. Eres un misterio inmenso, fascinante, que nos observa, pero solo nosotros, los seres humanos, somos responsables de nuestras adversidades. Dueños de nada. Y al final, polvo y cenizas.
De ahí que debamos preguntarnos por esos gobernantes que no ven hacia dónde se dirige el mundo con su conducta, y que tampoco poseen la lucidez para comprender los obstáculos que ellos mismos generan. Y si bien hemos tenido a lo largo de la Historia momentos inciertos, el actual, parece el más terrible. Urge reflexionar mucho, profunda, rápida y honestamente.
Existen numerosos caminos posibles para el bien de la humanidad. No es fácil alcanzarlos debido a intereses creados de forma errónea. Pero, aun así, tenemos herramientas. Nuestra mente, subestimada tantas veces, es más útil de lo que muchos piensan. Puede ser frágil… o la más grandiosa de nuestras posesiones. Considero que la meditación, la visualización, unidas a la emoción y la seguridad, son la clave, y están al alcance de todos.
Permíteme ahora detenerme en ese episodio. Salir al astral es algo que ocurre de forma natural al dormir, pero hacerlo de manera consciente no es nada fácil. Fue esa1noche de 1964 cuando tuve mi primera experiencia. Nunca la olvidaré.
Dormíamos en la habitación de un hotel. De repente, sentí una fuerte sacudida que atravesó todo mi cuerpo. Me encontré en medio de la habitación, como flotando en ese espacio que recorrí lentamente, mientras observaba a mi madre dormir plácidamente. Me veía desde afuera, acostada en la cama. Y en un instante de vértigo, a toda prisa, regresé.
Me desperté sobresaltada, en estado de shock. No entendía nada.
Con el tiempo, supe que lo ocurrido no fue casual. Aquel episodio extraordinario no fue un accidente. Fue una apertura. Una prueba para fortalecer mi espíritu, que desde entonces me guía con ternura.
Debo reconocer, humildemente, que mis experiencias han sido muy interesantes a lo largo del tiempo y todas me han hablado de ti. ¿A quién no le gustaría volar con libertad, sentirse ligero como un pájaro y atravesar paredes? ¿No sería genial?
Por último, Vida, me has dado mucho. Dos hijos hermosos, que son mi orgullo; una gran familia. Alegrías, lágrimas. Fuerzas para enfrentar la enfermedad, y la dicha de haber sido cuidada por médicos brillantes, de los que aún confían en la sanidad pública como vocación sagrada en el sistema de la Seguridad Social española.
Me has compensado. Me siento profundamente agradecida.
Esto es lo que recojo de mis 80 años… Un puñado de verdades susurradas, para compartir en las tardes de té.
Os deseo a todos una vida larga. Que respetéis a la Naturaleza, que os dejéis deslumbrar por el color verde, ese que es símbolo de la existencia, nunca de su negación.
Y mientras escribo esto, el alba ya asoma. Vida, sigues aquí, latiendo en mi té caliente y en mi silencio.
Gracias.